"Estos comportamientos necesitan más cariño que censura, más explicaciones que obediencia ciega, más compañía que ignorancia. Puede que los niños estén equivocados, pero ignorar o censurar su comportamiento no hará que aprenden el adecuado.”
(Rosa Jové, Ni rabietas ni conflictos)
Las rabietas son una etapa normal en el desarrollo del niño/a que suelen ocurrir entre los 18 meses y los 3-4 años aproximadamente. Es una explosión emocional, un estado emocional intenso, que sirve cómo canal de expresión de la rabia, enfado o frustración. Las rabietas son un proceso evolutivo y una de las principales razones de su aparición en esta etapa evolutiva es la inmadurez del lenguaje expresivo y en la identificación, expresión y regulación emocional.
Es la expresión de un malestar interno muy desagradable que siente el niño o la niña y que le hace estallar. La diferencia con un enfado es la forma en la que se expresa, el comportamiento que tiene en pleno ataque de rabia.
Hay varios tipos de rabietas, pero fundamentalmente las diferenciasmos en base a si se pueden prevenir o no:
En muchas ocasiones este desboradamiento emocional aparece justo después de poner un límite, justo después de decir que no a alguna petición.
Otras veces aparecen porque algo no sale como esperaban o como desean.
A pesar de que es cierto que pueden llegar a utilizar estas situaciones para conseguir lo que quieren, eso solo va a suceder si hemos establecido una dinámica de relación poco honesta y basada en el chantaje.
En una situación así, de explosión emocional, la amígdala, el centro cerebral de las emociones (y que permite regular las emociones, plantearse consecuencias, pensar antes de actuar…), ha secuestrado la totalidad de este y el niño o la niña, por la edad que tiene, no puede ejercer autocontrol alguno.
Si tenemos una relación honesta, de confianza, donde nos mostramos con naturalidad, donde no hay chantaje, ni castigo ni humillación ni ninguna otra forma de violencia sutil o falta de respeto (bidireccional) en la relación, las rabietas van a formar parte de la sana expresión de la frustración (y otros dolores) en edades en las que aún cuesta gestionar emociones que acaban desbordadas.
Eso no quiere decir que tengamos que hacer lo que nos pide o podamos dar solución a aquello que le pasa o le ha pasado, pero ignorarle o censurar el comportamiento no va a ayudarle a calmarse.
Nuestra actitud debería ser AFECTUOSA y RECONFORTANTE, para conseguir que se tranquilice y todo vuelva a la normalidad y una vez el niño ya nos escuche podamos explicarle las cosas e intentar razonar con él, hablarle de conductas adecuadas, de consecuencias, de emociones…