La disciplina positiva establece que el cariño y la firmeza son los pilares de la educación. El equilibrio entre estos dos factores a priori antagónicos no es compatible con los castigos, pero muchos padres siguen confundiendo firmeza con autoridad y castigo con aprendizaje.
Sin embargo, está más que probado que los castigos solo funcionan a corto plazo y, que si lo hacen, en la mayoría de los casos no es porque el niño haya entendido la razón por la cual ha sido castigado, sino por la penalización o restricción que ello conlleva.
Es decir, no será capaz de asimilar que algo de lo que ha hecho no está bien y, por lo tanto, será fácil que vuelva a hacerlo. Si no lo hace, tendrá mucho que ver con el miedo a un nuevo castigo, pero no por convencimiento.
La idea de no ofrecer premios o recompensas ni de aplicar castigos tiene como objetivo el favorecer la auto-motivación y la auto-disciplina en el niño; es decir, que el niño haga bien las cosas por el mero hecho de hacerlas y por su propia satisfacción, en vez de hacerlo para conseguir un premio o evitar un castigo.
En lugar de utilizar castigos utilizamos consecuencias, pero ¿cuál es la diferencia?
El castigo es algo impuesto de manera externa, mientras que la consecuencia es algo que va asociado de manera natural al acto en cuestión (por ej si un niño se niega a recoger sus rotuladores después de dibujar podríamos decirle que se vaya a su cuarto y que no va a volver a utilizar sus rotuladores en dos días, eso sería un castigo que nosotros imponemos y que es arbitrario; o bien podríamos explicarle que si no recoge sus rotuladores y los deja destapados se secarán y ya no podrá volver a dibujar con ellos, eso sería una consecuencia directa de sus actos).
Las consecuencias que modifican conductas se aplican cuando el niño no cumple las normas o límites que se le indican. En estos casos, la función de las consecuencias es eliminar los comportamientos inadecuados del niño, y cambiarlos por conductas que le aporten seguridad y buenas habilidades.
Dentro de este tipo de consecuencias se encuentran:
Las consecuencias naturales y las consecuencias lógicas.
Prepara un entorno en el hogar en el que el niño pueda aprender por sí mismo mediante experiencias reales. Desde la primera etapa de vida, en la que el pequeño conoce el mundo que le rodea, hasta las siguientes edades en las que necesita material para aprender conocimientos como los números y las letras. Es clave para fomentar la propia curiosidad innata del niño y evita riesgos innecesarios.
Se trata de dar al niño o a la niña el acompañamiento respetuoso que necesita mientras que se le da margen para que tenga su autonomía, cometa sus propios errores y pueda aprender de ellos.
Hay que establecer los límites, que sean pocos y claros (por ejemplo: nuestro hijo está jugando con la pelota en casa y está prohibido). Debemos decírselo conectando con él, intentando empatizar. Así aumentan las opciones de que sea más colaborativo. Algunos niños, especialmente los más pequeños, se pueden sentir abrumados ante demasiadas opciones, ofrezcámoselas nosotros.
Un ejemplo: «Sabes que no se juega con la pelota en casa, por qué no juegas con este otro juguete o a este otro juego».
Antes de que las emociones nos invadan, ya que puede ser muy frustante, a la hora de poner límites y establecer las consecuencias tenemos que mantener la perspectiva.
Como primera opción, no pensemos que nos está desafiando. Lo más probable es que esté tan centrado en jugar que ni nos escuche. También existe la posibilidad de que sepa, por experiencia, que nos acabaremos cansando y le dejemos tranquilo. O puede que sea un niño de carácter fuerte y que necesite probar los límites muchas veces para ver si se mantienen firmes.
La única excepción sería si el caso de que esté usando el juguete de forma peligrosa que, por supuesto, hay que quitárselo.
Cuando las personas saben que se han equivocado se sienten alteradas y les invade el enfado. Eso mismo le ocurre a nuestro hijo. Si conseguimos conectar con él incluso antes de corregir el comportamiento es más probable que nos escuche de verdad, entienda la situación y quiera colaborar. Decirle las cosas con una sonrisa o al menos en un tono neutro y tratar de encontrar una solución negociada puede ayudar mucho a llegar a un desenlace feliz para las dos partes.